Hace unos seis años, ocurrió algo en mi oficina que, a pesar del paso del tiempo, no puedo olvidar.
Una chica joven quería comprar una casa en un pueblo de los alrededores, y le ofrecí una que no estaba mal para los 54.000 euros que pedían por ella. Vio las fotos en el PC, y me pidió poder visitarla. Cuando llamé a la propiedad para concertar la cita, lo primero que me pregunta es : ¿Qué precio le has dicho?. “El que quedamos la semana pasada, 54.000 euros”, le contesto. “Es que ahora quiero
Esta escena sería imposible hoy. Los potenciales compradores (que mayoritariamente comienzan a buscar producto inmobiliario a través de Internet, y sólo en una pequeña medida comienzan su búsqueda en nuestras oficinas), tienen muy claro lo que quieren. Inmuebles con un precio atractivo, y que pueda ser negociable.
Saben que, desgraciadamente, hay bastantes personas a los que le ahoga su deuda hipotecaria, o que, incluso, han perdido su casa en favor del banco, y, aunque hay a quien le produce un conflicto ético, quieren aprovechar la oportunidad.
Y ya han hablado con su banco. Tienen ahorro previo, saben la financiación de la que disponen, el precio máximo que puede tener la finca para que la tasación no impida el préstamo y el plazo aproximado en el que pueden escriturar.
Hacen ofertas agresivas (y si van a pagar al contado, demoledoras), y no se mueven lo más mínimo sobre ellas.
En definitiva, aunque estemos hablando del nuevo perfil del comprador, éste se caracteriza por haber recuperado los axiomas tradicionales : darle valor al dinero y comprar sólo lo que coloquialmente se conoce por las “tres bes” : bueno, bonito, y sobre todo, barato.
Y esto es una buena noticia.
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